El diálogo, ante todo:
Soy madre de dos hijas en la escuela pública y este mes no secundaré la huelga de los deberes.
Vengo de una generación en la que los deberes eran cosa de los niños, no de los padres. Mis padres estaban ahí si quería repasar con ellos, pero si tenía dudas la respuesta era: “se las preguntas mañana al profesor”. Jamás de los jamases levantaron un teléfono para preguntar a otros padres qué deberes tenía. Ni siquiera nos planteábamos esa posibilidad.
Vengo de una generación en la que los deberes eran cosa de los niños, no de los padres. Mis padres estaban ahí si quería repasar con ellos, pero si tenía dudas la respuesta era: “se las preguntas mañana al profesor”. Jamás de los jamases levantaron un teléfono para preguntar a otros padres qué deberes tenía. Ni siquiera nos planteábamos esa posibilidad.
Crecí
aprendiendo que si me olvidaba el libro era mi problema, así que más me
valía traer todo a casa y apuntar bien las tareas. Hoy en día, como
trabajadora autónoma, agradezco que desde pequeña se me inculcara la
autonomía, la organización y la responsabilidad, porque me sirven
diariamente en mi trabajo.
Sobretodo,
crecí respetando a los profesores. Ya en la edad adulta descubrí que
mis padres no siempre estaban de acuerdo con las decisiones que se
tomaban en mi colegio, pero durante la infancia eso nunca se discutió
delante de mi. Al profesor había que escucharle y obedecerle, punto.
Pertenecía a una línea, la de los mayores, que viajaba bien unida en
nuestras cabezas. No había bandos: padres y profesores, profesores y
padres: teníamos que respetar a ambos por igual.
Hoy
en día el respeto ya no va de moda. Van de moda en cambio el conflicto y
la polémica. Aceleramos en seguida pero lo hacemos saltando el que
siempre ha de ser el primer paso: el diálogo.
Si
considero que mis hijas tienen demasiado deberes pediré una tutoría. O
dos, o tres. Intentare entender, junto con el profesor (esa es la
clave), qué está fallando en la hora de clase. Por qué no se consigue
avanzar en las horas del cole o por qué es necesaria esa carga semanal.
Hablaré
con el profesor. Formaré equipo. Porque para mi, lo más importante, es
que en la cabeza de mis hijas no haya bandos. Que se sientan protegidas y
arropadas por una red de adultos que trabajan juntos en su educación.
Que
con 8, 9 o 10 años no tenga que decidir si “obedezco a mamá o al
profesor”. Esa carga emocional me parece que a la larga pesará mucho más
que cualquier carga de deberes.
Los
profesores de la pública son malabaristas. Tienen temarios absurdos y
larguísimos a los que están obligados a ceñirse y una media de 25
alumnos por clase en situaciones, a menudo, alucinantes: alumnos que no
hablan el castellano necesario para entender ese temario o que se
duermen en el aula porque no han comido nada decente desde el día
anterior ya que solo comen caliente en el comedor escolar (sí, esto está
sucediendo en España).
En
esta sociedad, llena de Kardashians, gran hermanos y demás horrores,
prefiero que los modelos de mis hijas sean sus profesores. Trabajadores
de verdad, personas que han llegado a enseñar en las aulas tras años de
estudio y oposiciones. Sin pelotazos, con esfuerzo.
Así
que personalmente, este mes, estaré como siempre a disposición de los
profesores de mis hijas. Con deberes o sin deberes. Ellos saben mucho
mejor que yo lo que necesitan mis hijas para progresar, y yo les estoy
más que agradecida por ello."